sábado, 8 de diciembre de 2012

PLAN PERFECTO SIN RETROCESO (IVÁN GIL)



















1ª edición:  diciembre 2012

  © Adispaz

Asociación de disminuidos Psíquicos “La Paz”

C/ Ricla, 22

50100 La Almunia

 

© Iván Gil Sánchez














Impreso en España















Iván Gil Sánchez


Nacido el 6 de septiembre de  1983, y vecino de Ricla. Este luchador y polifacético artista, pinta, baila y escribe con personalidad propia. Demostrando siempre que algunas limitaciones dependen de nosotros mismos, desarrolla su proceso creativo en ADISPAZ, asociación a la que pertenece desde 2003.

 



Dedicado a Conchita y Eusebio,














mis padres,
por su apoyo incondicional.



En esta loca historia, Antonio, un marinero de vida rutinaria, decide embarcarse en un viaje que le llevará más allá  incluso  de lo que es capaz de soñar. Acompañado de sus vecinos, el camino le descubrirá su auténtico destino.













 
PLAN PERFECTO SIN RETROCESO
 
 
Caminaba sin rumbo por el desierto cuando se encontró con su tío Agustino, su tío más querido, vamos, y con el que más vida pasó, pero que murió de un “infarto” hacía  la tira de  años.  Él era un pobre y sacrificado marinero andaluz. Su nombre, creo recordar, era Antonio, aunque en la asociación de prejubiletas todos lo conocían como Chanquete por su trato con los niños y por lo soñador que era.

Antonio, por suerte o por desgracia,  vivía solo, vamos, que no conocía más mujer que a su madre; y fue su madre, Clara María, una mujer de las de antes, de las que creían en el más allá, la que le enseñó a ser autosuficiente. La pobre no se podía imaginar esa encaprichada y a la vez loca marcha de su hijo Antonio hacia tierras argentinas.
Un hermoso pero a la vez rutinario día de agosto mientras faenaba en el mar, cosa que hacía casi a diario desde los once años y seguía haciendo a pesar de estar prejubilado ya con casi cincuenta y siete, pescó una botella que llevaba un papel grabado a tinta de calamar donde ponía este curioso mensaje: “cumple tu sueño, nosotros te ayudaremos a cumplirlo”. Antonio comenzó a pensar cuál era su sueño, si es que tenía alguno.

Tras pasar varias noches intentando recordar su mejor sueño, recordó lo que había jurado, ya cansado de su rutina, ante un niño checoslovaco  que habían contratado en el puerto para cuidar de los barcos. Cuando se prejubilara, se compraría una moto para cruzarse la ruta 66, de oeste a este de Estados Unidos hasta llegar a Argentina. Era algo que siempre le había rondado  por la cabeza, hacer una locura de esas pero solo había dinero para lo justo. Ahora se planteaba vender su barco y gastarse sus pocos ahorros.

La noticia de que Antonio dejaba todo para embarcarse en un viaje hacia lo desconocido, corrió como la pólvora por este pueblo de gente aburrida, que nunca se hubiera aventurado ni siquiera a salir del pueblo.

Muchos fueron los que intentaron seguirle, inspirados por la revelación del mensaje de la botella, y todos se preguntaban cuál era su propio  sueño y sobre todo, quiénes eran “nosotros”, aquellos que ayudarían a cumplir el sueño de Antonio, y por tanto el de todo el pueblo.
Así que la muchedumbre decidió seguirle por tierra, mar o aire.

Tras varias llamadas, el señor Don Ramón consiguió contactar con Antonio, su amigo. Él también quería acompañarle en su aventura.  Con la fortuna de Don Ramón, pensaron que lo tenían todo hecho.

Don Ramón era un pescador rudo y musculoso al que le sonrió la suerte, más o menos. Tras haber vivido como un humilde pordiosero, al fallecer su esposa, comprobó la grandiosa fortuna que tenía escondida en una caja metálica de Cuétara y en la recocina de su guarida, en la que hasta la fecha de su muerte, solo entraba Rita, la señora de Don Ramón.   Don Ramón por su dejadez y confianza, nunca sospechó lo que escondía su mujer, y nunca pensó cómo era posible que ésta viajara cada poco a un hotel balneario para hacerse curas de reposo y de aguas termales, dejando a su marido con unas cuantas patatas y cebollas en el despensero. De dónde salió ese dineral era todo un misterio.
Aunque hacía tiempo que Antonio y Don Ramón no hacían cosas juntos, decidieron preparar y embarcarse en este viaje y así volver a ser los de antes.   Como no sabían idiomas, Antonio le propuso a Don Ramón, llevarse a Ernestillo con ellos. A pesar de la amistad que el pobre marinero tenía con Joki, el niño extranjero, creyó que el sobrino inválido del pescadero del puerto, aunque no hablaba como Joki ni inglés ni francés, tenía mucha facilidad de expresión manual y  gestual que le hacía ser entendido por cualquier persona de cualquier país. Además de que poseía  un don superior, convencía a todos de lo que quería con sus expresiones y sus encantos, sin llegar a decir una sola palabra.

Ernestillo, ahora conocido como Ernesto, sufrió a los once años un accidente de ciclomotor que le dejó con daños cerebrales, perdió el habla y bastante movilidad. Desde entonces acudía diariamente al taller ocupacional del pueblo donde era querido, respetado y un ejemplo para sus compañeros.

A Ernesto, el sobrino del pescadero, lo conocieron Antonio y Ramón en un viaje a Galicia y se lo llevaron al sur a vivir con su tío. Los padres muy tristes quedaron en Lugo, ya que decidieron permanecer en su lugar de nacimiento hasta que les llamase Dios Nuestro Señor.

Ramón, Antonio y Ernesto estuvieron varios días reunidos planificando los pasos a dar y haciendo pasaportes. Para todo necesitaban a Ernesto, que al final, atado a su silla, era el que más mundo tenía y el más resuelto.   Reservaron los billetes con ayuda de una vecina que manejaba Internet. El plan era marcharse en avión hasta Nueva York y comprar allí unas Harley Davidson y a ser posible con sidecar.

De los cien vecinos, veinte fueron los valientes que decidieron marcharse a cumplir ese sueño.  Y de estos, cinco sufrían vértigo y miedo al avión, por lo tanto se rajaron.
 Un camionero del puerto llevó a Antonio y a sus fieles seguidores  junto a unos cubiletes de marisco hasta Sevilla, donde tomaron  el autobús hacia el aeropuerto. Antonio no quiso saber nada de esos ocho vecinos que se colaron junto al equipaje y de los siete que se hicieron pasar por azafatas de vuelo.   Una vez llegados a Nueva York, los quince, que desde entonces fueron dieciséis, ya que Ederlinda, una de las del Comando, encontró el amor en el avión, se reunieron en un hotel-restaurante de comida española, “el rey del huevo frito,” con Antonio y Don Ramón para planificar las siguientes jornadas, ya tan lejos de su mundo rural.

En Nueva York, algunos del pueblo se entendían con un pupurri de spainenglish, pero Antonio necesitaba siempre a su lado a Ernesto, ya que no entendía ni papa del idioma ni de la forma de entender la vida yankee, a pesar de que siempre le había atraído este lado del mundo.
 Desde su partida, a Antonio le venía cada vez más a la mente Dionisia, una de las vecinas de su niñez, que tuvo que emigrar a Argentina, por favorecer el empleo a su padre.
 Dionisia era la mayor y por cierto la más  bella de las cinco hermanas, luciendo una hermosa mata de pelo castaño. Quizás fue esto lo que marcó a Antonio, que desde niño, todo lo que hacía lo hizo con la ilusión de llegar a compartirlo con Dionisia, su primer amor.  Tras la marcha de Dionisia, muy triste  y solo quedó Antonio.  Pero gracias a que todavía mantenía contacto con la tía carnal de Dionisia,  se enteró de  que ésta había quedado viuda y sola ya que no tuvo descendencia. Vivía en la zona de San Juan, en la región de Cuyo.
 En el fondo, y sin que él fuera de todo consciente, la verdadera motivación que llevó a Antonio por este largo viaje, fue encontrarse con su amor, ya que hasta la fecha no había encontrado persona tan sincera como ella.
 A pesar  de que al dejar su vida por y para  el mar, alguna pretendienta le salió, ninguna le robó el corazón, por lo que le fue  fiel a Dionisia toda la vida.
Así que hizo todo lo imposible por ir a su encuentro.

Lamentándolo mucho, Antonio, entre untada y untada a los suculentos huevos con jamón, se despidió de sus vecinos y compañeros de viaje, diciéndoles que debía seguir su rumbo.

Con el pensamiento en la Dionisia, por fin,  cogió el avión Boeing 480, destino Buenos Aires y después de un vuelo de seis pesadas horas por encima del Atlántico llegó con los huesos hechos polvo a causa del  ajetreo del viaje.
Lo primero que  empezó a soñar  en cuanto divisó tierras de la Pampa desde el ventanuco del avión, fue hacerse  propietario de un gran rancho, de 50  sementales, 4000 vacas, una jaca blanca y 200 hectáreas de forraje, y  así poder compartir su hacienda y toda su   riqueza con su amada Dionisia…, pero por desgracia esos sueños no se cumplirían, no tenía más que lo que llevaba puesto.
 Antonio, cuando llegó al aeropuerto se alquiló un carro para llegar a San Juan que era dónde vivía Dionisia. Siguiendo un mapa se dispuso a cruzar por el parque nacional del desierto de  Ischigualasto.
Pero le surgió un problema ya que no entendía los mapas terrestres ni sus direcciones.   Allí estando en medio de la nada, le falló el ‘carro’. Echó a andar creyendo que estaba cerca de su destino. Sin agua, sin provisiones, desorientado. Pasó dos días y dos noches dando vueltas como el tonto de mi lugar   esperando  que alguien le indicara el camino… Hasta que se encontró con su tío querido, que se había muerto de un atracón de gambas, hacía ya tiempos.
 
- Hombre, tío, tú por aquí, qué sorpresa!
¿Qué haces por estos mares de arena?
-Y tú,  cómo has llegado?
- Es que mi barco encalló en un arrecife de coral, y hasta aquí me ha traído el viento.
 
Y en estas, que del soponcio cae desmayado.  
Al cabo de un buen rato, empieza a volver en sí. La cabeza le daba vueltas y vueltas.
 
-¿Pero qué es esto, Dios mío? ¿Dónde estoy?-
 Cuando recuperó el sentido,  sin saber cómo, unos camilleros muy simpáticos lo estaban trasladando en un helicóptero del 112 hasta la población más cercana.
 Recuperado y habiendo perdido por el desierto lo poco que llevaba, se planteó buscar trabajo de jornalero aunque fuera unos días, para al menos, llegar presentable al encuentro con Dionisia.
 Hecho un desastre, con la ropa destrozada se presentó en una hacienda en la que necesitaban mano de obra y cuando fue a preguntar,  le recibió una cara conocida… ¡Dionisia!
 
                          FIN
 
 
 





Nota: Iván, usuario de ADISPAZ de La Almunia, ha sido galardonado con el premio especial del jurado del I concurso de Pintura  CERMI Aragón 'Trazos de Igualdad', con su obra 'Los sueños no tienen límite'..
Los galardones se entregaron el 17 de diciembre e Iván ha ganado un viaje a Bruselas y una escultura.

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