jueves, 20 de diciembre de 2012

KHALIL, UNA LECCIÓN DE VIDA



UNA LECCIÓN DE VIDA
 
 
Khalil
 

 

Khalil tenía 19 años cuando salió de Marruecos. Como muchos otros jóvenes, venía a buscar una vida digna para él y para su familia. Vivía en un suburbio de Tánger, era el mayor de siete hermanos, su padre vendía naranjas en las carreteras. Su familia había conseguido con esfuerzo reunir el dinero suficiente para pagarle el viaje. Él era la única esperanza para esa familia, la única manera de conseguir escapar de la miseria. Khalil llegó a Barcelona sin dinero y sin papeles. Fue antes del estallido y consiguió trabajos esporádicos en la construcción, mal pagados gracias a la inagotable codicia de los constructores. También se metió en algunos líos de peleas, nada grave.

 Un día de verano, dos años después, los sueños de Khalil se truncaron al tiempo que se fracturó varias vértebras cervicales tirándose al mar desde unas rocas. La muerte le rozó. Quedó tetrapléjico. Después de dos años de operaciones e interminables sesiones de rehabilitación, pudo mantener la cabeza y el tronco erguidos y obtuvo algo de movimiento del brazo derecho. Lo cual le permitió usar una silla de ruedas eléctrica de manera autónoma.

 Así fue como yo lo conocí. Acababa de verme obligada a abandonar mi trabajo debido a mi salud y una amiga me aconsejó hacerme voluntaria del hospital-residencia donde ella trabajaba.

 Khalil estaba sentado delante de un viejo ordenador que le había conseguido la asociación de voluntarios. Ayudado por una férula que le sujetaba la muñeca de la mano derecha y en la que habían insertado un punzón de madera con el extremo de goma, tecleaba copiando unas páginas de ”El Principito” sin entender una sola palabra de las que escribía. Pero eso le permitió conocer nuestro alfabeto y la posición de las letras en el teclado.

 El fisioterapeuta nos presentó y recibí una sonrisa blanca y cálida que me erizó los sentimientos. Le di dos besos. “Marta, será tu profesora”, le dijo el fisio.

Hablaba español aunque con dificultad. Mi función consistiría en enseñarle a hablarlo correctamente e iniciarlo en nuestra escritura. Me confesó que el árabe tampoco lo escribía muy bien, no había ido apenas a la escuela en Marruecos. La silla la manejaba moviendo un único mando con el dedo pulgar de la mano derecha, ya que el brazo izquierdo lo tenía inmóvil.

 Khalil seguía con su proceso de rehabilitación con tesón y voluntad. Yo iba dos días a la semana y le fui enseñando el abecedario, primero escribía solo palabras y pequeñas frases. Al cabo de un tiempo era capaz de redactar brevísimas narraciones sobre su vida cotidiana, o sobre fútbol, es culé hasta la médula. Poco a poco fue recuperando cierta movilidad en ambos brazos, sobre todo en el derecho, fortaleció las muñecas y el movimiento de los brazos desde los hombros. Cada día era para mí una sorpresa ver su evolución y sus logros, de los que él se sentía enormemente orgulloso.

 Estuve un tiempo sin poder ir a verlo y por fin una tarde de domingo me acerqué al hospital. En el momento en que entré en su habitación el Barça estaba marcando un gol y Khalil levantó ambos brazos celebrándolo. Yo no pude evitar un grito: “¡Khalil, has subido los dos brazos!” Nos dimos un largo y emocionado abrazo: él por el gol del Barça, yo por haber visto cómo levantaba los brazos.

 Seguimos con el proceso de aprendizaje. Un día le dije: “Khalil, vas a aprender a escribir sin ordenador, con un lápiz, para que puedas firmar con tu nombre.” Me miró con escepticismo. Le separé de la mesa del ordenador y le acerqué a otra. Puse delante de él una libreta con el escudo del Barça en la tapa y sustituí el punzón de la férula por un lápiz. Le dije: “Ábrela”. Con dificultad y ayudándose de las palmas de ambas manos, lo hizo. Empezamos a trabajar con las letras de su nombre, primero en mayúsculas, hasta que fueron legibles. Pocos días después de haber acabado con la L nada más entrar me dijo: “¡He firmado con mi nombre en un papel del hospital!” No pude evitar abrazarlo emocionada.

 

Continuamos trabajando todas las letras mayúsculas y luego las minúsculas. Como hacía con el ordenador, empezó a escribir breves frases. Poco después y viendo sus mejoras físicas, le conseguí un portátil nuevo y una conexión a Internet. Ahí se  abrió un mundo inimaginable para él. Le enseñé a usar un navegador, un correo electrónico, un tratamiento de textos, comunicarse por skype con su familia, chatear, intercambiar mensajes conmigo y con sus amigos. En fin, Khalil salió de su habitación para volver al mundo real a través del virtual. Ahora estamos intentando conseguir una parabólica para que pueda ver todos los partidos del Barça.

 Desde que lo conocí, Khalil me dio, y me sigue dando cada día, una lección de ganas de vivir, de espíritu de superación, que me enseñó que nunca hay que decir “es imposible, no puedo.” Es solo una cuestión de tesón y voluntad.
 
 
 
 
 
 
 


 
 
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