UNA LECCIÓN
DE VIDA
 |
Khalil |
Khalil tenía 19 años cuando salió de Marruecos.
Como muchos otros jóvenes, venía a buscar una vida digna para él y para su
familia. Vivía en un suburbio de Tánger, era el mayor de siete hermanos, su
padre vendía naranjas en las carreteras. Su familia había conseguido con
esfuerzo reunir el dinero suficiente para pagarle el viaje. Él era la única
esperanza para esa familia, la única manera de conseguir escapar de la miseria.
Khalil llegó a Barcelona sin dinero y sin papeles. Fue antes del estallido y
consiguió trabajos esporádicos en la construcción, mal pagados gracias a la
inagotable codicia de los constructores. También se metió en algunos líos de
peleas, nada grave.
Un día de verano, dos años después, los sueños de
Khalil se truncaron al tiempo que se fracturó varias vértebras cervicales
tirándose al mar desde unas rocas. La muerte le rozó. Quedó tetrapléjico.
Después de dos años de operaciones e interminables sesiones de rehabilitación,
pudo mantener la cabeza y el tronco erguidos y obtuvo algo de movimiento del
brazo derecho. Lo cual le permitió usar una silla de ruedas eléctrica de manera
autónoma.
Así fue como yo lo conocí. Acababa de verme
obligada a abandonar mi trabajo debido a mi salud y una amiga me aconsejó
hacerme voluntaria del hospital-residencia donde ella trabajaba.
Khalil estaba sentado delante de un viejo
ordenador que le había conseguido la asociación de voluntarios. Ayudado por una
férula que le sujetaba la muñeca de la mano derecha y en la que habían
insertado un punzón de madera con el extremo de goma, tecleaba copiando unas
páginas de ”El Principito” sin entender una sola palabra de las que escribía.
Pero eso le permitió conocer nuestro alfabeto y la posición de las letras en el
teclado.
El fisioterapeuta nos presentó y recibí una
sonrisa blanca y cálida que me erizó los sentimientos. Le di dos besos. “Marta,
será tu profesora”, le dijo el fisio.
Hablaba español aunque con dificultad. Mi función
consistiría en enseñarle a hablarlo correctamente e iniciarlo en nuestra escritura.
Me confesó que el árabe tampoco lo escribía muy bien, no había ido apenas a la
escuela en Marruecos. La silla la manejaba moviendo un único mando con el dedo
pulgar de la mano derecha, ya que el brazo izquierdo lo tenía inmóvil.
Khalil seguía con su proceso de rehabilitación con
tesón y voluntad. Yo iba dos días a la semana y le fui enseñando el abecedario,
primero escribía solo palabras y pequeñas frases. Al cabo de un tiempo era
capaz de redactar brevísimas narraciones sobre su vida cotidiana, o sobre fútbol,
es culé hasta la médula. Poco a poco fue recuperando cierta movilidad en ambos
brazos, sobre todo en el derecho, fortaleció las muñecas y el movimiento de los
brazos desde los hombros. Cada día era para mí una sorpresa ver su evolución y
sus logros, de los que él se sentía enormemente orgulloso.
Estuve un tiempo sin poder ir a verlo y por fin
una tarde de domingo me acerqué al hospital. En el momento en que entré en
su habitación el Barça estaba marcando un gol y Khalil levantó ambos brazos
celebrándolo. Yo no pude evitar un grito: “¡Khalil, has subido los dos brazos!”
Nos dimos un largo y emocionado abrazo: él por el gol del Barça, yo por haber
visto cómo levantaba los brazos.
Seguimos con el proceso de aprendizaje. Un día le
dije: “Khalil, vas a aprender a escribir sin ordenador, con un lápiz, para que
puedas firmar con tu nombre.” Me miró con escepticismo. Le separé de la mesa
del ordenador y le acerqué a otra. Puse delante de él una libreta con el escudo
del Barça en la tapa y sustituí el punzón de la férula por un lápiz. Le dije:
“Ábrela”. Con dificultad y ayudándose de las palmas de ambas manos, lo hizo.
Empezamos a trabajar con las letras de su nombre, primero en mayúsculas, hasta
que fueron legibles. Pocos días después de haber acabado con la L nada más entrar me dijo: “¡He
firmado con mi nombre en un papel del hospital!” No pude evitar abrazarlo
emocionada.
Continuamos trabajando todas las letras mayúsculas y
luego las minúsculas. Como hacía con el ordenador, empezó a escribir breves
frases. Poco después y viendo sus mejoras físicas, le conseguí un portátil
nuevo y una conexión a Internet. Ahí se abrió un mundo inimaginable para él.
Le enseñé a usar un navegador, un correo electrónico, un tratamiento de textos,
comunicarse por skype con su familia, chatear, intercambiar mensajes conmigo y
con sus amigos. En fin, Khalil salió de su habitación para volver al mundo real
a través del virtual. Ahora estamos intentando conseguir una parabólica para
que pueda ver todos los partidos del Barça.
Desde que lo conocí,
Khalil me dio, y me sigue dando cada día, una lección de ganas de vivir, de
espíritu de superación, que me enseñó que nunca hay que decir “es imposible, no
puedo.” Es solo una cuestión de tesón y voluntad.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario