domingo, 17 de febrero de 2013

DE LA POESÍA Y EL RELATO



















Abrimos un paréntesis en las actividades de programa, de obligado cumplimiento,  con un nuevo turno a las   aportaciones de colaboradores, todas interesantes, cada cual en su modalidad. Y en esta ocasión, seguros de complacer  tanto a   lectores como a seguidores, bajo el epígrafe genérico Poesía y Relato.

Incluímos tres diferentes muestras literarias para vuestra lectura y análisis.
1- Poesía contemporánea, social
2- Relato: La realidad de nuestro tiempo en clave de ironía amable
3- Relato: Comportamientos cotidianos



I- LA  CASA


"todas las casas son proyecto de una ruina,
y la ruina no falla en sus proyectos."
-Javier Velaza-

es urgente que sepas que esta casa se muere:
hace dos meses que me instalé en estos muros de hojalata
y desde entonces no ha pasado un solo día
sin que me muestre sus heridas más perversas,
como una invitación al peor de los entierros.

ayer mismo sin ir más lejos,
y de forma inesperada,
me estrechó la mano en un pésame húmedo,
y bajo el caos de un desmoronamiento
empezaron a llover del techo una ristra de goteras
como lágrimas encebolladas golpeando contra el suelo.

fue espantoso,
créeme que fue espantoso,
nunca había conocido una casa
con tantas ganas de morirse.

corté el agua como si hiciera un torniquete de urgencia,
pero ya todo se aparecía en sangre,
con el aislante en carne cruda
y las vigas exangües.

después de administrarle una cutícula de engrudo,
pensé que tal vez prefería observar sus cicatrices
antes que estas gasas asépticas
que ahora cubren su epidermis.
la luz penetra desde el pasillo

en un último suspiro moribundo
como un hilo borroso y letal que anuncia el desahucio,
inclino la cabeza

y observo la esclavitud de sus simetrías
intento sanear sus grietas

pero la mayoría se me muestran subterráneas,
otras en cambio
me son imposible de remediar
o traducir,
me siento como un pobre idiota
embriagado por el silencio de un sótano funesto
y fantasmagórico.
te echo de menos,
te echo muchísimo de menos,
los humanos siempre encontramos a faltar algo,
no importa dónde estemos,
bien en una isla apartada
o refugiados tras la orilla de una vela temblorosa.

a veces es un vértigo que no te salva
pero del que tampoco huyes,
otras son noches con fuerte olor a carne,
otras no son nada,
y hasta eso también encontramos en falta.

de cómo mis hombros duermen inquietos
te hablaré en otra carta,
hoy sólo diré que nuestro lecho anda costrado
que despierta entre úlceras sonámbulas
en mitad de la noche dolorosa,
como una mujer que lamenta un embarazo frustrado.

he pensado en pintar las paredes de un deseo vagabundo
intencionadamente vagabundo,
porque esta casa se nos muere, amor,
se nos muere y confunde carcajadas con lamentos.

es preciso que lo sepas.

y si finalmente el techo se desmorona de suicidio,
y los muros se colapsan por infarto
y vencida y muerta la casa
terminamos durmiendo por el suelo,
 
sólo te pido que éste sea más confortable
que la mejor de las casas de cualquier hombre.






[David Mariné. 'Intemperancia Verbal']






II- LA DECISIÓN



El Cardenal Decano volvió a convocar al Colegio Cardenalicio con urgencia, pero con la máxima discreción. Expuso a los demás cardenales la situación e iniciaron un debate acerca de cómo debía llevarse a cabo la ceremonia de renuncia del Papa. La sesión duró varias horas pues tuvieron que consultar la legislación e incluso improvisar soluciones que no estaba previstas en dicha legislación. Finalmente, elaboraron un documento en el que se especificaba cómo debía desarrollarse la ceremonia.

Fue el padre Honorato el encargado de comunicarle que la ceremonia ya estaba preparada y que tendría lugar al día siguiente a primera hora en la Sala de Reuniones del Colegio Cardenalicio. También le entregó el documento en el que se especificaba el desarrollo de la ceremonia. Benedicto XVI no pudo evitar un gesto de amargura al leerlo. En cierto modo, le parecía una venganza.

Al día siguiente, a las ocho en punto de la mañana, Benedicto XVI entró en la sala investido de todos sus atributos papales. Los cardenales le esperaban. La expectación era máxima y hubo un leve murmullo que pronto cesó al tomar la palabra el Cardenal Farinelli que dirigía la ceremonia por ser el Cardenal Decano. Este leyó un documento en el que Benedicto XVI expresaba su deseo de renunciar al papado y de abandonar también el sacerdocio, luego citó la legislación que así se lo permitía. Una vez leído, le pidió al Papa que lo firmara y, seguidamente, lo firmó él también como testigo.

Seguidamente le indicó al Cardenal Camarlengo, maestro de ceremonias en caso de fallecimiento de un Papa, que procediera a desposeerle de todos sus atributos como Pontífice de la Iglesia. Cuando todo acabó, Ratzinger se quedó en el centro de la sala vestido simplemente con un pantalón y una camisa negros y, sin pronunciar una sola palabra, se retiró.

Aquella misma madrugada, con las primeras luces del día, tres figuras salían por una pequeña puerta de servicio del Vaticano y caminaban en silencio por las calles desiertas. Traspasaron los límites de la Ciudad del Vaticano y se dirigieron a un convento de monjas situado en un sencillo barrio de Roma. Llamaron a la puerta y salió una monja a abrirles.

–Hola, hermana. ¿Está todo preparado? –dijo el padre Honorato.

–Sí, sí. Pasen. La madre superiora les está esperando.

La monja intentó besarle la mano, este la retiró enseguida y le dijo:

–Hermana, recuerde que ahora soy solo un católico más.

Dejaron en la portería las escasas pertenencias que llevaban y la monja les acompañó a la capilla donde les esperaba la madre superiora.

–Buenos días Sant…quiero decir señor Ratzinger. Todo está preparado, podemos empezar cuando lo desee. 

Sor Presentación, ahora solo Renata, sacó tímidamente del bolsillo de su abrigo una mantilla blanca y se la puso. Joseph y Renata se situaron ante el altar y la hermana portera y la madre superiora a ambos lados. El Padre Honorato inició la ceremonia con un texto del Cantar de los Cantares, el más bello poema de amor de la Biblia. Seguidamente preguntó a los novios si accedían al matrimonio por su libre voluntad, si estaban dispuestos a amarse y honrarse toda su vida, a recibir con amor los hijos que Dios les diera y a educarlos según la Ley de Cristo y de su Iglesia. Ambos contestaron a todas las preguntas rituales afirmativamente con timidez y esbozaron una leve sonrisa ¡Hijos! El padre Honorato prosiguió:  

–Así pues, ya que ustedes quieren establecer la alianza santa del matrimonio, unan sus manos y expresen su consentimiento delante de Dios y de la Iglesia.

Se cogieron las manos, se miraron a los ojos con inmensa ternura y se dijeron:

–Yo Renata te acepto a ti Joseph como mi esposo y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad y amarte y respetarte todos los días de mi vida.

–Yo Joseph te acepto a ti Renata como mi esposa y prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad y amarte y respetarte todos los días de mi vida.
 
 
[Marta Coloma]








III-FUEGO EN EL CUERPO

Aquel matrimonio pasaba ya de los cuarenta. Llevaban varios años queriendo tener descendencia sin conseguirlo. Ni las técnicas más modernas ni los mejores especialistas, lograban su objetivo. Sabían que el problema estaba en él y su escaso número de espermatozoides. Sin embargo, ella nunca le reprochó nada aunque, a decir verdad, era consciente de que el tiempo jugaba en su contra en aquel menester.
Él, como último recurso, acudió a una vieja curandera que se anunciaba en una revista esotérica. La anciana le habló de un dragón alado, símbolo del vigor y la fertilidad masculina. Le mostró la figura de aquel ser mitológico y le aseguró que, con el dragón tatuado en su bajo vientre y el pertinente conjuro, serían padres muy pronto. Ella misma grabó sobre la piel del hombre aquella criatura legendaria, no sin antes advertirle que el tatuaje no debía ser visto por su esposa hasta quedarse embarazada.
El desesperado marido curó, a escondidas, la herida del dragón grabado en su cuerpo por encima del pene. En pocos días aquella porción de piel tatuada tomó un aspecto sano e hidratado. Fue entonces cuando, llegada la noche, el hombre hizo el amor con más ganas que nunca. Su esposa notó cierto cambio: como más brío, más fuerza en las embestidas de aquel apasionado varón que le hacían enloquecer hasta explosionar en sus entrañas. Incluso, sin saber por qué, amanecía excitada por eróticos sueños donde la figura de un dragón jugaba con su sexo en cientos de caricias inimaginables.
A partir de ese día la pareja se entregó a la encomiable tarea de ser padres con el mismo fuego y el mismo deseo que años atrás; o quizá más. Parecía que vivieran una eterna luna de miel, de esas de aquí te pillo aquí te mato. En una de esas sesiones de placer amatorio ella vio algo parecido a un dragón en el pubis de él, pero prefirió no pedir explicaciones. Al fin y al cabo gozaba más que nunca con su hombre y, por si fuera poco, encima tenía los más voluptuosos sueños con aquella figura legendaria.
Una emoción sin igual se apoderó de ambos cuando a ella se le retrasó la regla. Sin embargo, dicho sentimiento les duró poco: los análisis y el dictamen médico aseguraban que no estaba encinta. El especialista dejó caer la posibilidad de que estuviera entrando en los desarreglos menstruales propios de la menopausia. Eso no bajó el ritmo sexual de la pareja en los días siguientes sino todo lo contrario. No puedo describir el afán, el ardor, la pasión que para tan digno fin se procuraron los dos entre aquellas cuatro paredes.
Pasaron tres semanas y la fémina no notaba que ovulase; tampoco le venía la menstruación. Se compró un predictor en la farmacia y dio negativo. La mujer no entendía nada; es más, juraría que algo con vida estaba creciendo en su interior. Llegó a pensar que se estaba obsesionando demasiado con todo aquello, que lo mejor era darse por vencidos y desistir en la idea de tener un hijo propio. Esa noche decidieron no hacer el amor.
Ella se despertó antes del amanecer con malestar en el vientre. Observó pequeñas manchas de sangre en la braguita e intuyó que, por fin, le bajaba la regla. Fue hasta el cuarto de baño y su sorpresa fue ver cómo, de su dilatada vagina, asomaba algo. Antes de que cayera al suelo pudo coger un huevo del tamaño y el color de una hermosa chirimoya. Sí, sí, como una considerable chirimoya cubierta de escamas con algo en su interior que se movía queriendo romper el aceitunado cascarón. A continuación se pudo oír un potente grito femenino.
Disipado el estupor inicial y tras algunas horas de valorar los pros y los contras, unos padres entusiasmados ríen con el pequeño dragón que humea entre sus manos, fruto de su intenso amor. El recién nacido parece no extrañar a aquellos seres que le acarician y le hacen carantoñas al decir del aleteo con que se mueve y los gruñidos suaves que suelta de vez en cuando.
Ahora mismo, en algún hogar ignoto, hay un matrimonio que juega con su verdoso retoño alado. Y los tres, creedme, forman una familia feliz.


[MOS desde la orilla]