de los cielos aprendí los pesares
que pesan más que el aire,
y se enmarañan entre el suelo.
entendí
que no bajará nadie
de los cielos.
no se molestan
en bajarse
hasta el lamento
cuando no hay respuesta.
me arrastré por las callejas de tus
días
de fango
-sin chistarte siquiera una vez-.
me eché al frente de la
jornada
en que te cegaba la mañana, porque
no soportabas tu cara golpeada por luces incisivas,
y yo, alfombra, avanzadilla yo, de
tus tropiezos.
me retiré al costado -y no me
importa si me crees-
cuando pretendías mover el mundo
antes que dar un paso molesto por
ver sobre quién reposaste la pisada.
te perfilé tantas espaldas para que
te vieras con valor y mirarle de vuelta,
cuando el sol bajaba y te desafiaba
a la altura de los ojos.
y me clavé en la tierra ante el
cenit como avestruz sin orgullo,
así no te oprimiera la evidencia y
pudieras mantener el cuello recto,
colgado al aire.
por cuantas lunas viste
me doblé en cada esquina, trepé por
las paredes hasta los balcones
que no atreviste asaltar.
me lancé a los barrancos que mirabas
desde el borde.
me desdoblé en bajo las farolas,
mudé y muté
al antojo de tus paseos entre
brillos vaporosos.
no dejé de tomar el plomo para tu
plomada,
chincheta en el mapa,
el ángulo preciso a la derrota.
consumí muchas vidas en la hoguera
para que tuvieras un baile de
máscaras.
por cada luna,
me ofrecí
en tus cazas nocturnas
a ocultar tus vergüenzas con
celo
entre los velos.
te di siluetas a la medida móvil de
tu ego.
te salvé de enterrarme cuando los
castillos de arena,
sábanas de arrojo sobre las
muchachas en flor,
y siempre una salida de emergencia
en el suelo.
por cuantas lunas alcanzaron tus
ojos,
sabes, y si no yo te lo digo,
que fui sin excepción el único
testigo.
robé,
mentí, mordí, ladré, como buen
perro,
y me dejé la piel; el rostro por el
camino.
maté en tu nombre,
tantas cosas bellas.
y tú,
siamés desventurado
de peso y grosura.
tú, eclipse constante
que me tapó la vista.
me debes al menos
no darme la cara oscura de tu cara
cada vez que te veo.
A UNA PIÑA SECA
Descansa.
Descansa
en la tierra
que
te vio nacer.
El
cielo, limpio y viajero,
fue
testigo de tu ocaso.
Las
criaturas del bosque
comieron
de tus frutos.
Descansa
orgullosa
en
tu lecho verde de savia.
Porque
has vivido
entre
cantos de aves,
entre
lluvias y vientos,
entre
montañas y arroyos,
dando
lo mejor de ti.
Y
tal vez,
aunque
tú no lo sepas,
te
retrate algún caminante
enfocando
tu madurez.
O
algún viajero poeta
te
dedique algunos versos
al
contemplarte.
Pero
ahora, descansa.
Sueña
con paraísos
de
vida perenne,
de
pinos eternos
y
rumores de agua.
Donde
siempre se nace.
Donde
nada se acaba.
Muy agradecido en la parte que me toca por encontrarme en este rincón poético junto a gente muy valiosa.
ResponderEliminarUn abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Hermosos poemas y este dedicado a la piña es un bonito homenaje.
ResponderEliminarunos besotessssssss