miércoles, 28 de noviembre de 2012

ENCUENTRO CON RAÚL TRISTÁN




 Este pasado  23 de noviembre, como  estaba previsto,  tuvo lugar el Encuentro  con Autor, Raúl Tristán,  y que se desarrolló a pleno rendimiento.
Tras la presentación  oficial del  acto, por  Nines Montesinos , 1ª, derecha, 1ª fila,   fue  Mª Ángeles Brocate, 1ª iz, 2ª fila, quien volvió una vez más a sorprendernos con  su inimitable estilo en una impecable presentación. Una dicción perfecta y una voz propia de cualquier presentador de los medios.
 He aquí la transcripción íntegra de  su escrito. Que la disfrutéis los lectores como la disfrutó el propio Raúl y todo el Club de Lectura.

"Raúl Tristán
 
 Paul Nasshy: Eso es lo  primero  que me vino a la cabeza cuando leí el primer capítulo del libro que tenía en mis manos. No sé exactamente si era o se escribía así el nombre de aquel actor y director español, pero sí recuerdo sus películas de serie B. Su escenografía y personajes.
Y por un instante me vi en un viejo cine y viendo una vieja película, tétrica y llena de sangre, eso sí, con personajes muy corales, desde sus vestimentas hasta sus movimientos. Todo sincronizado. Todo en perfecto orden.
Y orden es lo que hace falta si quieres meter una intensa clase  de arquitectura o arqueología industrial de finales del XIX , mediados del XX, recorriendo sus edificios, parques, la alta burguesía, sectas y contrasectas, policías y detectives (aficionado o no, que de todo hay), además de treinta y ocho asesinatos, (¿o son cincuenta? Ya perdí la cuenta), en un espacio de tiempo tan corto, en una ciudad tan pequeña donde se supone que nos conocemos todos, y ¡en 118 páginas de un libro!
Cómo no, a Bruno Galván , que en este momento se nos presenta,  diría que casi desnudo, sin ropa definida, sin el ambiente de su oficina aunque todavía permanezca en ella, sin amor. Todo lo que tuvo en anteriores vidas  o libros queda atrás, como queda un viejo  bastón olvidado en el rincón de una habitación cualquiera. Sólo, en su agencia de detectives, con casos tan dispares que van desde la abuela preocupada tanto por su nieto como por sus ahorros, hasta el industrial aparentemente arrepentido cuando ve cerca la muerte.  O el acoso.
Y con sus peculiares amigos, que le echan una  mano resolviendo los casos a cambio de bravas y chipirones, pero servidos por un camarero especial, con una información siempre privilegiada.
Aunque con sus amigos  Bruno solo comparte lo que él considera 'casos pequeños', el gran caso, cómo no, se lo reserva para él. Un caso lleno de todo un mundo espectacular. Niños  'bien', de promesas de poder y vida eterna. Aderezado todo, eso sí, con fantásticas orgías, frailes, colegios, comeduras de coco, personajes oscuros y además  a todo este entramado se une un  misterioso fotógrafo al más estilo Hollywood.
Toda una enrevesada trama,  y solo con una pobre y triste finalidad: la venganza. Pero con un montón de preguntas para el autor que hoy nos acompaña.
Señoras y señores, con todos ustedes, el escritor RAÚL TRISTÁN."



                 Mª ÁNGELES BROCATE


domingo, 25 de noviembre de 2012





Ésta es una noche aislada

lejos de las demás noches

en un presente lívido y continuo.

Ésta es una noche que duele

que se vierte

en recipientes de identidad malsana.

Es una noche vaga y translúcida

que se ha erigido,

minuto a minuto,

a base de polvo blanco y festejo prohibido.

Una oscura y triste noche

que se ha fraguado

en parques de cochambre,

desguaces previsibles 

de hombres y mujeres.



Merche Marín



jueves, 8 de noviembre de 2012

LAS GRULLAS DE HIROSIMA

las grullas de hiroshima 


David Mariné


Hay días en los que el odio supera la vida
días en los que me levanto y acerco el rostro al espejo
en busca de ese muchacho que horada la carne de su mentón
para tratar de tener el mismo hoyuelo que su padre

días en los que no consigo traducir el mundo
ni vislumbrar un pedacito de tierra sin peligro;
días en los que salgo a la calle
igual que el reo sale al patio de la cárcel,
desvaído,
con el rostro sembrado por el miedo
-igual que el tuyo-
en busca de un hálito de humanidad moribunda,
esperando la sentencia de este juego despiadado que nos impone la vida.

resulta desolador ser presidiario de un mutismo sombrío
y me rebelo
contra todo y contra todos
descuartizándome el corazón,
un corazón de hazaña heroica,
inconsciente y encendido
como la ferocidad de los caballos de Diomedes

si supieras niña de papel
que ardo como grulla en hiroshima,
que esta vida no tiene clemencia ni cuartel,
que no hay alivio de luto para el próximo reo

y si lo hubiera,
por qué este castigo de hacer dolor del propio dolor
por qué esta horrible condena

amanece soledad
a unos versos de distancia
si la poesía es un arma cargada de futuro
hoy borro las huellas y el terror
del asesino que me condujo a esta celda.


http://dl243.dinaserver.com/hosting/carei.es/documentos//grullas_paz.pdf


UNA MORADA PARA LA LUZ


UNA MORADA PARA LA LUZ

 

Antonio Campillo Ruiz

 

   Por los mitones semideshilachados, unos dedos huesudos y de piel áspera seleccionaban cuidadosamente los pequeños granos de arena. Poseían una agilidad inusual en esta tarea tan monótona. Frente a ellos se encontraban varios montoncitos muy inestables de diferentes colores. A través de la pequeña puerta de pesados ladrillos que había tras el hombre que trabajaba, se apreciaba un fuego, no muy potente, que ardía en el interior de un tosco horno. El hombre vestía con ropas sucias pero de abrigo. Fuera del taller un viento gélido ululaba por entre las grietas de ventanas y puertas. Debía terminar este trabajo, era muy importante. Los plomeros ya habían instalado en los ventanales y rosetón de la iglesia el molde exterior y estaban a la espera de sus vidrios. Cuando pensaba que lo esperaban, espoleado por una voz inaudible, el hombre acometía su trabajo con mayor denuedo.

   Era delgado, despeinado por el frío viento que había soportado para llegar desde su casa al taller. Las llaves de su taller las llevaba siempre fuertemente cogidas. Nadie podía entrar en él cuando trabajaba para encargos tan especiales como el que debía realizar. Había ordenado a sus dos ayudantes que durante tres días nadie le molestase y que descansaran en sus casas. Cuando le oyeron, los ayudantes se miraron entre sí. Sin mediar palabra, el hombre les dijo: “Sí, os pagaré los tres días con dos celemines de harina de trigo, dos embutidos de la matanza y tres botellas de vino, pero cuando sigamos trabajando debemos acabar en un día las cien copas que necesita el tabernero”.

   El encargo que había recibido era su pasión. Sólo él sabía los secretos del color que adquiría el cuarzo puro cuando se mezclaba con óxidos de hierro, de cobre y no digamos si eran de magnesio, aluminio o boro, e incluso con algún extracto de plantas. Jamás dijo su secreto ni siquiera a su esposa, mujer de lengua larga y vanidosa, que discutía con las vecinas quiénes de entre todos los cristaleros de la ciudad obtenía colores más luminosos. Su marido siempre le recriminaba que hablase con vocabulario impropio del oficio pero ella, bien comida y vestida, con una casa de piedra de sillares, creía ser la más bienaventurada por haberse casado con este hombre que, aunque de poco espíritu, era un genio para los nobles encargos de la Iglesia y los Duques.

   Pasó toda la mañana con su exhaustivo trabajo y cuando calculó que tenía unos diez kilos de minúsculos trozos de cuarzo puro, sin preocuparse de necesidad alguna, se dirigió a la parte trasera del horno y empezó a echarle troncos de leña. Mientras la leña empezaba a arder y él se había quitado ya la raída capa por el calor, se dirigió a una puerta que abrió sigilosamente. Nadie lo podía ver pero su cuidado era extremo. Buscó, de entre los diferentes frascos que él mismo había soplado, tres que contenían cada uno un polvo de color diferente. Cerró otra vez la puerta y se dirigió a una capsula de porcelana en la que había echado toda la arena de cuarzo. Con una cara de felicidad que denotaba nerviosismo, fue echando pequeñas dosis de uno de los polvos y moviendo sin cesar la mezcla. Cuando consideró que era suficiente, realizó la misma operación con los otros dos productos. La mezcla poseía un extraño color, había pasado de incoloro cristalino a un rojo oscuro sucio.

   Con sumo cuidado se dirigió a la boca del horno, que se encontraba casi completamente caliente, e introdujo la vasija con su mixtura. Debía esperar no menos de tres horas y hacer que el horno alcanzase su máxima potencia. Sin dejar de echar leña por la tobera posterior, el hombre, avivaba el fuego y sudaba en un ambiente en el que se mezclaban los gases de la combustión con los que surgían de la mixtura. Era un aire casi irrespirable. Cuando consideró que el horno tiraría el tiempo necesario, se dirigió hacia uno de los largos bancos de madera y empezó a dibujar con esmero unas figuras con palitos de metal aplastados sobre una plancha de hierro perfectamente plana. Este era uno de los momentos más delicados de su trabajo: debía conseguir que con el mínimo número de ellos se dibujase el difícil diseño que le habían encargado.

   Casi empezaba a sentir frío otra vez cuando creyó que el tiempo de cocción había transcurrido. Tomó su larga caña de metal e introduciéndola en la mezcla fundida recogió un poco girando sin cesar el largo tubo. Lo miró sin dejar de moverlo y le pareció que aquella masa ardiente ya estaba en su punto. La devolvió a su lugar y sujetó fuertemente el gran dibujo que había realizado.

   Al echar pequeñas cantidades de masa ardiente sobre determinados trozos, muchos asimétricos, del enrejado metálico semejaba un laberinto ardiente. Volvió corriendo a la puerta en la que se encontraban los frascos encerrados y abriendo nerviosamente buscó y cogió dos de ellos. No olvidó cerrar de nuevo con las tres vueltas de llave. En una cápsula pequeña mezcló unas cantidades de ambos y con una larga cuchara de hierro los introdujo en el horno dejándolos caer a la mixtura inicial. En no más de media hora volvió a sacar el ardiente cuarzo mezclado y lo fue echando en otros huecos diferentes de los anteriores, en el rompecabezas de hierros.

   Cuando terminó, toda la mezcla inicial se había acabado. Los dos días siguientes realizó idéntica labor pero con los cambios propios de aquello que quería conseguir. Llenó cuatro bancos de madera completamente y para ver su obra se subió a una frágil escalera de madera apoyada en una pared y la miró desde lo alto. Quedó embelesado. Seis vidrieras y un rosetón resplandecían con colores jamás conseguidos. Se sentó en un escalón y dijo: “¡Una morada para la luz!”  

 



MURCIA

 
 


                               
 

sábado, 3 de noviembre de 2012

ENCUENTRO CON RAÚL TRISTÁN



Raúl Tristán (Logroño, 1969) es escritor.  Estará con nosotros el próximo día 23 de Noviembre.

A sugerencia  de él,  y puesto que  en esta ocasión abordamos el género  de novela  negra, los dos libros que hemos seleccionado  para el encuentro son  'Las nueve lunas de Belcebú'. (Mira Editores 2008) y 'El crimen de Nochebuena' (Una Luna Ediciones,2006).
Aquí tenéis la  reseña de esta ultima novela:


Un hombre es hallado muerto en una plaza pública donde está instalado un belén, componiendo la escena como si se tratase de una figura más.
El detective Bruno Galán se verá envuelto, casi contra su voluntad, en el expediente que será conocido como "el caso Sande". Una investigación que parece complicarse por momentos. Por suerte, contará con la inestimable ayuda de "El Club de las Nueve", un grupo de amigas que tiene por costumbre reunirse los viernes en un célebre café para discutir los casos policiales de actualidad.
Los sorprendentes giros de los acontecimientos harán desenrededar una trama rápida y amena, que no nos dejará abandonar la lectura hasta su desenlace.


Id preparando la batería de preguntas que se os ocurran respecto a las dos propuestas.
Todos: Los lectores habituales miembros del Club  y  quienes solo podáis asistir virtualmente al encuentro. Es el caso de nuestros queridos colaboradores: David Mariné, Kynikos, Marta Coloma, Cefe, (Mos desde la Orilla), Fran Picón, Luis Zueco...

Os iremos informando puntualmente.